Releyendo "El eco de los pasos", de Juan García Oliver, uno se pregunta si el sindicalismo revolucionario es todavía posible. Si es un pilar, aún, de una alternativa factible a un sistema que todo lo destruye y lo emponzoña.
La clase obrera, hoy, parece muda, sometida, cansada. Se odia a sí misma y se desconoce. Se niega tres veces, o más.
La fragmentación, las contratas y subcontratas, las ETTs, la contratación flexible, la han apagado a nuestra vista y a la suya propia, tanto como el posmodernismo reinante, la pérdida de referentes o el barullo pintoresco, irracional e interclasista en que se han convertido, en gran parte, los movimientos sociales.
Y, sin embargo...
Los productores siguen produciendo, al igual que la reproducción ya no puede silenciarse mucho más. Fábricas de cientos de miles de personas ultraexplotadas se apilan en el Sur global. Los trabajadores de los servicios también se resisten a ser las kellys, los deliveroos sin voz.
Transformándose, aprendiendo, construyendo... en los intersticios y bajo la oscuridad. Lejos de las luces rutilantes de los medios y de la atención de la intelectualidad que no es "ni de izquierdas ni de derechas".
Con un pie en el peligro que nunca desapareció, y es ahora más brutal que nunca en gran parte del globo, y otro en la esperanza que se toma nombres diferentes y se disfraza de colores variados, pero sigue susurrando en el lenguaje de la "socialización" y la "solidaridad", los activistas obreros siguen luchando, construyendo, creando. Viviendo vidas muy por encima de las posibilidades que se les esperan si uno lee la prensa burguesa o las revistas de la izquierda chic y posmoderna.
No es que la clase obrera se resista a morir, es que la no-clase protagónica del socialismo sin clases se resiste a nacer. El proceso de transición está en marcha, y el sindicalismo revolucionario tiene un papel importante que jugar en él.
(Facebook de José Luis Carretero Miramar)
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