En su tesis doctoral del año 2000, el doctor por la Universidad de Córdoba José González Arenas nos indica que “... a lo largo de todas las culturas y civilizaciones por las que ha viajado el hombre ha existido siempre la caza. La caza ha pasado por etapas donde era privilegio de unos pocos y por épocas en que se ha convertido en una moda imperante; ha cambiado desde una primitiva caza de supervivencia a una actual caza deportiva.” (1).
Durante el Paleolítico, las sociedades humanas invertían buena parte de su tiempo en obtener alimento. Estos grupos eran recolectores de hojas, raíces y frutos, pero también cazadores cada vez más hábiles. El desarrollo de la caza y su creciente importancia en la dieta humana permitió disminuir el tiempo empleado en la búsqueda de sustento y, por tanto, facilitó una serie de cambios en las relaciones humanas, como un incremento en los mecanismos de socialización y cooperación, mayor facilidad para la reproducción, el desarrollo de la territorialidad e incluso cambios fisiológicos que quedaron grabados en el acervo genético humano (1).
Ya en el Neolítico, con la aparición de la agricultura y la ganadería, se hizo posible la sedentarización de las poblaciones humanas y el paulatino abandono del nomadismo, obligado por la persecución constante de unas presas sujetas a permanentes movimientos y migraciones. Según González Arenas (1) “Fue ese momento cuando acabó la caza por supervivencia.” (*)
Actualmente, en los países más desarrollados, la caza se constituye como una práctica recreativo-deportiva, “con un componente importante de carácter económico y social.” (1). Aunque el enfoque deportivo pudiera justificarse desde el momento en que se mantienen competiciones y existen federaciones, en realidad se trata de una actividad meramente recreativa (quienes la practican lo hacen por diversión) y está ligada a un aprovechamiento regulado por normas específicas, relacionadas con la propia caza y con la conservación de la naturaleza. En la actividad cinegética del siglo XXI priman los componentes económicos y sociales, a veces de forma conjunta y otras por separado, dependiendo del tipo de caza que se considere.
López Ontiveros (**) explica en un artículo del año 1999 publicado en la revista Documents D'anàlisi geogràfica la tendencia y situación a finales del siglo XX de la caza en España, al indicar que “el crecimiento espectacular y sostenido de la actividad cinegética tras la guerra civil, la convierte en una de las más importantes de la recreación rural (...) en lo que se ha dado en llamar el “boom cinegético español”. Ello se puede constatar con tres indicadores claros pero de valor desigual:
1) "Licencias de caza”, que en el periodo 1940 a 1987 han pasado de 139.918 en 1946 —el número más bajo— a 1.283.353 en 1987 (Según el Anuario de Estadística Forestal del año 2013, las licencias expedidas en España alcanzaron la cifra de 848.243).
2) "Respecto a los espacios cinegéticos” o tierras sometidas a régimen especial (...), hasta indicar que suponen en tomo al 80 % de la superficie nacional. Analizando con detalle las distintas figuras de estos espacios se observa: el alto porcentaje de tierras acotadas, bien para cazar o para evitar que se cace; dentro de ellas el predominio abrumador de los cotos privados —más del 90%— y la correlativa debilidad de acotados con fines de protección o fomento por causas científicas, turísticas o cinegéticas, como para satisfacer la caza popular y de carácter social.
3) "El significado económico” de la caza, por su complejidad, es mucho más difícil de calcular y además los estudios detallados sobre el tema son escasos...” (2).
No obstante, durante la última década, ya en pleno siglo XXI y especialmente a partir del inicio de la crisis económica actual, la situación ha cambiado sustancialmente. En nuestros días podemos certificar que el boom cinegético español es un elemento del pasado desde el punto de vista cuantitativo. De las 1.283.353 licencias expedidas en el año 1987, el número ha ido descendiendo paulatinamente hasta las 848.243 expedidas en 2013, lo cual supone un descenso del 34 %. Con todo, si bien es verdad que la caza en España la practica cada año un menor número de personas, el sector en su conjunto se ha ido fortaleciendo como grupo de presión social y económico, probablemente como reacción desesperada ante la pérdida del potencial cuantitativo al que aludíamos anteriormente y por la pretensión de convertir la actividad en una industria más, con un notorio afán mercantilista que se alimenta de la progresiva intensificación de sus diferentes modalidades.
A día de hoy la caza, como cualquier otra actividad, requiere de una evaluación en todo lo relativo a sus impactos ambientales, sociales y económicos, que arroje luz más allá de polémicas y controversias y que, de una vez por todas, sitúe a esta actividad en sus justos términos ante la sociedad para que esta pueda opinar con conocimiento de causa sobre ella.
(Notas):
(*) Para la mayor parte de las civilizaciones, algunas culturas relícticas han seguido siendo cazadoras recolectoras.
(**) Antonio López Ontiveros es Doctor en Geografía e Historia, geógrafo, historiador y profesor del Departamento de Ciencias Humanas y Experimentales de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba.
(1) González Arenas, J., 2000. La caza en Córdoba. Caracterización ambiental, económica y social de su gestión de desarrollo. Tesis doctoral.
(2) López Ontiveros, A., 1999. Caza, actividad agraria y geografía en España. Documents D'anàlisi geogràfica, 24. pp 111 – 130.
(Ecologistas en acción)
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